sábado, 24 de marzo de 2012

Epifanía Huracanada (Minwë Muse)

Las antiguas mitologías nos enseñan que la inspiración es esa ráfaga divina
que invade nuestros pensamientos y permite a nuestros sentimientos crear paraísos.
En la antigüedad, las artes eran representadas por nueve hermosas deidades que habitaban el Parnaso.
Ellas eran las Musas y estas letras están dedicadas a una de ellas.


A Adriana Ávila

En los años de mi juventud, aprendí el minucioso arte de la poesía.
Un aprendizaje epistolar fue el mío. A través de nubes y montañas,
los versos volaban en el vuelo de palomas mensajeras.
En aquel tiempo una hermosa Alquimista moldeó mis silencios y transformó mi llanto en poesía.

Agradezco a la dama que me ha acompañado a recorrer los laberintos de mi mente,
el privilegio de encontrar una voz capaz de conmover la ferocidad de mi melancolía.
Hoy, he descubierto una nueva forma de expresar los sentimientos,
la sensualidad, la ternura y la pasión huracanada. 

Alguna vez tuve una Musa que me inspiró con el rumor del mar y sus atardeceres,
y con el paso de los años, han llegado nuevos seres fantásticos que motivan mis letras, 
el arte de seducir con una mirada que amenaza con endulzar la vida,
y el arte de doblegar mi voluntad con un beso, son también los atributos de mis Musas.

Hoy, comprendo que además de letras, palabras, metáforas y silencios,
la poesía está presente en la respiración, la mirada, la sonrisa y la voz de la Musa,
y ella es una divinidad que se hace humana, que sonríe, suspira, exclama,
parpadea y nos comparte su inspiración, convirtiéndola en la nuestra.

Ahora, contemplo las innumerables páginas que he escrito, sin voz ni mirada,
las acaricio mientras susurro una entonación cuyo eco se pierde entre las estrellas mudas.
Murmuro el nombre de una mujer cuya sonrisa dibujo con palabras cada noche.
Ahora, comprendo que la poesía necesita ser esa voz que escuchamos en el reino de los sueños.

Imagen tomada de Internet
(El Amor en los Tiempos del Cólera)

Ahora, en el atardecer solitario, me siento un aprendiz nuevamente.
Y mientras se deleita mi alma ante la Musa que se ha convertido en una Epifanía,
recuerdo los labios de la mujer que me hizo suyo en una mañana de lluvia.

La Musa es una mujer sensible, apasionada y curiosa, 
es una mujer trabajadora, valiente, delicada, maternal y guerrera.
La Musa es la mujer, que puede convertirme en el Diablo y llevarme al Paraíso.
La Musa es la mujer a quien puedo agradecer los manantiales a donde ha llevado a mi alma.
La Musa llega como un huracán de inspiración y transforma su voz en los versos que cultivo.
La Musa es una epifanía, cuando detiene al Universo y me mira a los ojos, 
entonces en sus mejillas contemplo delicadas estrellas, que se convierten en el destino de mi poesía.

Michael David Durán