Lentamente caen lágrimas fugitivas,
se arrojan suicidas contra el asfalto y la velocidad las devora.
La gravedad las confunde con el corazón destrozado
y estallan en el bullicio de la lluvia
confundidas con las gotas de la tristeza y la soledad.
En el cielo, la luna observa enmudecida la historia
y las estrellas murmuran los secretos:
Eran los enamorados la fuente y el significado de la fantasía,
la risa que contagiaba, la fuerza que inspiraba.
Eran los enamorados como niños que se encuentran en la multitud,
y que se reconocen entre pequeños colores y gestos.
Yo los conocí entre globos metalizados y dragones azules,
y hoy no me queda más que el recuerdo de sus manos unidas.
Fotografía tomada de Internet
¿Quién se encarga de matar aquel delicado misterio,
que une a dos almas como si fueran una?
¿Dónde fuiste aquella noche cuando hubo lágrimas y se acabó el tiempo para hablar de amor?
¿Cuándo olvidaste ese beso que te despertó al amanecer?
Él llora, ella niega, ellos recuerdan, murmuran y reclaman.
Son esa playa donde el mar se arroja contra la arena.
Él busca, se arrepiente, ella ríe con más fuerza y porta la máscara del actor valiente.
Ellos, en el inventario de sus culpas y errores, saben que la historia pudo ser diferente.
Ellos estaban juntos en el crepúsculo y en la madrugada,
en las carreteras, huyendo de la tormenta y enfrentando los rayos del sol.
Ella con caricias lo dibujaba en sus sueños de mujer que pretende no enamorarse.
Él le enseñaba nuevos idiomas y los secretos para pilotear en el viento.
Yo los vi besarse, cantar, jugar y correr bajo la lluvia,
y hoy no me queda más que el eco perdido de sus voces enamoradas.
Lentamente caen lágrimas fugitivas,
se deslizan desesperadas contra el lodo y las piedras.
La gravedad las confunde con el corazón angustiado
y revientan en el bullicio de los turistas desconocidos,
desvanecidas en el orgullo, el miedo y las miradas que se pierden en la oscuridad.
Michael David Durán